¿Quién no ha repetido a sus padres una y otra vez »Mamá, quiero un perro»? Yo también lo hice y debí de ser muy cansa… Porque al final ¡Lo conseguí! Y tenía en casa este pequeño monstruito al que decidimos llamar Eddie:

Eddie

Y ¡Era genial tener perro! Mi padre lo sacaba por la mañana, mi abuelo el resto del día y yo, bueno… Cuando me apetecía.

Disfrutaba de lo mejor de tener perro y los gastos y paseos se encargaban los demás. No nos engañemos… Esto es lo que pasa SIEMPRE que le regalas un cachorro a un niño… Al fin y al cabo no son más que eso, niños.

Cuando crecí (y él se convirtió un perro adulto y, sin darnos cuenta, en todo un viejito) empecé a ocuparme de sus paseos, sus ojitos malos, corte de uñas, vacunas, etc. Y por si fuera poco, se me ocurrió ampliar la familia con otro miembro peludo. Una amiga la había rescatado de la calle y no me pude resistir a sus ojitos:

Lucca

Y así fue como de repente me vi pasando por la calle con dos correas, haciendo malabares con ellas cual artista de circo y descubrí lo que era tener perro con tooodas sus consecuencias, ya que Eddie es el perro de la familia pero Lucca es mía… gastos incluidos.

Y ya conocéis a los dos principales protagonistas de este blog y si sois padres ya habéis comprobado qué pasa si le regaláis un perro a vuestro hijo… Así que si lo hacéis que sea con todas las consecuencias, siendo conscientes de que realmente el perro es vuestro, uno más de la familia y no el juguete de un niño. Y si de verdad lo tenéis claro y os habéis planteado lo que esto supone: ¡No compréis! ¡Adoptad!

por Celia

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